Alucarda, la joya de la corona en la francamente inaccesible filmografía de Juan López Moctezuma (1929 – 1995), no llamó mi atención hasta hace un par de años cuando fui enterado que este hombre fue el responsable de materializar las dos primeras películas de Alejandro Jodorowski, Fando y Liz y El Topo, haciendo el papel de productor.
Su pasión por el gótico, esa forma de romanticismo herida de muerte, henchida también de locura, lo llevó a dirigir filmes de terror con un rigor a las fuentes que pasa casi siempre inadvertido pues la mayoría de reseñistas gastan letras buscando en cuál etiqueta encajan sus películas, realizadas en paralelo a otras cintas memorables del género del terror estadounidense y europeo, o exaltando su manejo del splatter con recursos limitados.
En Alucarda hay en efecto histeria, una obsesión por señalar la rigidez y el corporativismo de las instituciones del catolicismo, pero también hay delicadeza, sofisticación incluso en la representación del deseo, el cuerpo femenino y la sexualidad como agentes a través de los cuales es posible la transgresión absoluta.
Uno de los momentos más logrados del filme es el pacto entre Alucarda y Justine, el cual es posible mediante la intervención de un gitano que recuerda mucho a un fauno. Sin necesidad de crear una escena pseudo-lésbica chafona, López Moctezuma juega a la metáfora visual para revelarnos que ambas jóvenes han perdido la virginidad en una mezcla de placer y dolor que pueden soportar gracias al éxtasis de la unión.
También es de antología la secuencia alternada entre la hermana Angélica y el aquelarre que entrega ambas jóvenes a Satán. Auténtica batalla telepática, la monja transfigurada mata a una de las sacerdotisas, pero no impide la participación de las jóvenes en una orgía muy a tono con los rituales paganos de la época clásica, ahora revalorizados por una nueva generación de aspirantes a lo metafísico que buscan opciones fuera de los sistemas religiosos de largo aliento histórico. No deja de llamar la atención que durante la intervención de la monja, ésta levite y sude sangre en la mejor tradición de la narrativa mística. Irónicamente la escena está más cerca de Hellraiser que de las visiones de Santa Teresa.
La última persona con quien discutí largamente sobre la relevancia de Alucarda fue con Axel Velázquez. Además de curador e incansable promotor de artistas de su generación, Axel era un erudito de las enseñanzas de Aleister Crowley y un lector de tarot infalible. Dedico a su memoria estas líneas y recuerdo con cierto dolor su temprana partida. Nos veremos en otro mundo, querido.
Texto: Irving Domínguez
Ilustración: Iván Torres de León