Carlos Olvera

Foto por Claudia Pérez
Texto por Sergio Orospe

Recuerdo que conocí al regiomontano Carlos Olvera hace varios años cuando estuvo de visita en mi casa (era amigo de otro fotógrafo regio que era mi roomie). La primera impresión que tuve de él, debo confesar, fue la de un tipo extraño e introvertido: casi no hablaba y cada que salía de la casa, aunque fuera por un gansito, la cerraba con todas las llaves posibles, aunque nosotros estuviéramos dentro. Meses después, cuando estalló la bomba de violencia en Monterrey, entendí que lo de Carlos no era paranoia sino precaución premonitoria.

La última noche que estuvo en mi casa, me enteré que además de ser parte de una importante galería nacional y tener su trabajo dentro de importantes colecciones privadas (me mostró por primera vez su trabajo que consistía en coloridos dibujos de zombies y monstruos), Olvera también era un melómano voraz y un erudito de la cumbia. Muchas de las cumbias colombianas y demás canciones que escuché aquella noche no las he vuelto a escuchar jamás.

Hace un tiempo volví a encontrarme con él, ahora está viviendo en la Ciudad de México. Conversamos  y para mi sorpresa, además de sus dibujos, ahora también tatúa. Y sus tatuajes son en tercera dimensión: monstruos, zombies, masas deformes en azul y rojo listos para ser apreciados con los debidos lentes. Me dice que comenzó a tatuar por la pereza que le da el mundo del arte: “todo es pura falsedad y negocio”, espeta despreocupado.
Su trabajo, tanto en piel como en papel, cada vez es más respetado y buscado. Conozco gente que ha viajado para que Olvera los tatúe con su peculiar método de dibujo y su trazo a mano sin ayuda de guías. Lo importante para Carlos es seguir creando: “todo en este país está jodido desde que recuerdo, todo es corrupción y la gente siempre dice ‘esas mamadas yo las puedo hacer también’ – refiriéndose a su trabajo -  y ni lo hacen, ni lo aprecian y ni lo compran”… Pero eso a él parece traerlo sin  cuidado, siempre habrá más papel, paredes y piel donde seguir dando vida a su retorcido y muy personal universo.