¿Qué no se ha dicho ya sobre Yves Saint Laurent? Documentales, textos, libros, artículos, biopics… toda su vida parece estar manoseada y juzgada por los demás. Su genialidad, sus excesos, su nerviosismo exagerado, todo alimentando por décadas el morbo colectivo, el precio de llegar a ser el diseñador más importante de su época y posiblemente de la historia de la moda. El más influyente hasta ahora sin duda. Si queremos reconstruir esa turbulenta existencia no tenemos que hacer más que ir uniendo los pedazos de información que han quedado plasmados por aquí y por allá, pedazos que bien podrían ser un símil del destrozado hombre de golpeado ego que terminó sus días virtualmente cautivo en su departamento parisino.
Nacido en Argelia en 1936 ,en el seno de una familia francesa acomodada, desde muy joven mostró su talento y pasión por la moda, siendo su madre quien lo alentó a explotarlo. Llegó a París en 1953 a recibir un premio que ganó por esas dotes, y un par de años después se encontraba ya trabajando como asistente de Christian Dior. A la muerte de su maestro, Saint Laurent tuvo la oportunidad de diseñar por primera vez una colección para la casa… y ese fue el comienzo del éxito. Así a los 21 años, Yves se convirtió en la estrella que sigue siendo incluso años después de muerto, y su vida se volcó en un cúmulo de excesos. Ya no tenía tiempo de atender a sus amigos – tenían que hacer cita con semanas de antelación – y se fue haciendo de una nueva compañía conformada por lo más exclusivo de la élite que, teniéndolo todo, se lo daba a manos llenas a modo de regalo. A la edad de 25, y habiendo comenzado ya la que sería la relación más importante de su vida con Pierre Bergé, consiguió tener su propia casa de moda gracias a la inversión de Mack Robinson. Fue entonces que en París comenzó a sonar el nombre de Saint Laurent como el heredero natural de Coco Chanel, que para entonces estaba ya de vuelta en el ruedo pero próxima a retirarse. Aunque nunca estuvo claro si Chanel y Saint Laurent tuvieron alguna cercanía, en varias ocasiones expresaron su admiración el uno por el otro. Y es que ella no estaba tan equivocada: Yves continuó su legado adaptando prendas tradicionalmente masculinas a la silueta femenina poco a poco hasta llegar a su famoso tuxedo femenino.
A la par de esa genialidad que temporada tras temporada se veía reflejada en pasarelas cada vez más épicas y aplaudidas, estaba también el terrible desorden interno del genio. El nerviosismo y altibajos emocionales de los que era presa sólo parecían ceder ante las cantidades cada vez mayores de alcohol y drogas que consumía sabiéndose protegido por Bergé, quien poco a poco iba construyendo para Yves un imperio con dedicación y mucho colmillo empresarial. Además de su amante y amigo, Pierre fue siempre un protector, incluso luego de que, debido a las incontables infidelidades por parte de ambos, la relación de pareja se disolviera. Mientras Saint Laurent se dedicaba a prolongar la juerga hasta más no poder y se paseaba de cama en cama antes de regresar semi desnudo a casa, Pierre tejía alianzas y
conseguía favores a su protegido, dejándole el terreno liso y fácil de andar para que éste no tuviera nada de qué preocuparse más que de disfrutar y crear. ¿Valía la pena? La respuesta está en los vestidos Mondrian, en las chaquetas de Safari, en el vestido transparente presentado en el 68 como parte del espíritu liberal que dominaba la época. Claro que valía la pena, pero ni toda la sobreprotección de Bergé pudo hacerle la vida fácil a Saint Laurent. A pesar de todo el éxito y genialidad, su interior estaba cada vez más carcomido, deshecho. Cuando presentó su prÊt-à-porter de 300 piezas basado en Carmen, en el 76, entraba y salía de los hospitales a causa de su adicción, y poco después, su alcoholismo se volvió insostenible, tocando fondo a mediados de los ochentas tras las puertas de hierro construidas por su protector para que poco, muy poco se supiera de lo sucedido.
Los noventas fueron la debacle personal de Saint Laurent. Los chismosos no hacían más que hablar de lo mal que lucía cada que hacía una aparición pública, o sea cada vez que presentaba una colección. Ya no bebía alcohol, pero su personalidad excesiva se había volcado ahora en la comida, la Coca-cola y los ansiolíticos. Cada vez tenía menos seguidores y lo que presentaba en los desfiles no era más que una revisión de la gloria pasada. Cuantiosas pérdidas económicas orillaron al duo a vender la firma al grupo Gucci, mismo que hizo a un lado a Saint Laurent y trató de humillarlo sutilmente frente a la estrella del momento: Tom Ford. Cuando la primer colección de YSL diseñada por Ford vio la luz, Yves estaba alejado completamente de los reflectores. Quienes tuvieron contacto con él en aquel momento hablan de un hombre deshecho, melancólico, que difícilmente abandonaba su casa, pero también de un hombre curioso por el camino que tomaba su imperio. que estaba al pendiente de lo que pasaba con las pasarelas de YSL, aunque ya no fuera el dueño. Cincuenta años después de haber tomado las riendas de la casa Dior, Saint Laurent moría en su departamento parisino, dejándole a Bergé una enorme colección de arte y pertenencias valiosas. El resto es una estremecedora historia que ya todos conocemos…
Texto: Sergio Orospe
Ilustración: Jorge Fernando Gonzalez