Hemos crecido, desde la generación de nuestras madres, con la idea de que la censura y la represión son las únicas formas de control. La forma en la que nos vestimos y nos comportamos ha sido regulada desde hace tanto tiempo que, como reacción consecuente hemos decidido “liberarnos”, como creemos que lograremos quitarnos dichas ataduras, sin embargo la imagen que nos hemos construido viene totalmente de la masculinidad. ¿No es el cuerpo que deseamos tener un ideal construido desde el punto de vista masculino? “Soy una cabrona, cojo con quien quiero, no espero ni pido nada a cambio”.

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A veces la libertad prometida no es más que una nueva domesticación.

Queremos construir, en este intento de liberarnos, una imagen que se asemeje a la del hombre. Aquél que se le permite coger con quien quiera, hablar de su cuerpo libremente, e incluso imponerse ante las (los) demás. Pero no podemos ponernos al paralelo en una sociedad en la que las mujeres no tienen la mismas oportunidades que los hombres, en donde no existe una repartición justa de las tareas domésticas, en donde siguen habiendo miles de feminicidios al año y, el ideal de imagen femenina se sigue construyendo por y para los hombres.

Nos tienen tan seguras de que esta es la vía de la liberación que nos condicionan poniéndonos artículos en Facebook (por nombrar un sitio) acerca de cómo tenemos que manejarnos en la cama, sobre cómo se clasifica el desempeño sexual de las mujeres, sobre cómo vestirnos para darle señales al otro de que lo que necesitamos es sexo, bueno, hasta de cómo gemir. Seguimos siendo una fantasía masculina, una máquina de follar, un pedazo de carne con agujeros.

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No, eso no es emancipación, es sólo otra forma de codificación que viene ahora de nosotras hacia nosotras mismas y las demás. Como dice la psicoanalista Constanza Michelson, esto es la esclavitud de follar.

No nos estamos liberando, estamos trivializando nuestro cuerpo, estamos haciendo que el sexo sea una actividad mecánica y que el líbido sea un sinónimo de la capacidad de socialización.

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Estamos atentando con nuestra capacidad primaria de generar encuentros que nos lleven a un tejido social sólido (herramienta con la cual –para las interesadas en la revolución– se logran verdaderos cambios) a través de la amistad, la solidaridad, la ternura y la fraternidad política. No es volver al ideal absurdo del amor romántico, por supuesto, es hablar de la importancia de la resignificación de los encuentros, de fortalecernos como seres humanos, de generar nuevos lazos que sean sólidos y signifiquen, de dejar de superficializar el cuerpo.

Con amor, la vagina pensante.

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