Cuando llegué al aeropuerto de La Habana no me sentía en otro país, a pesar del acento cubano y la mezcla de acentos de los demás turistas. Comencé a darme cuenta que no estaba en México cuando tuve que cambiar mi dinero mexicano a Pesos Cubanos.

Entonces entendí que estaba lejos de casa y extrañé a mi familia, a mis amigos y a no tener que hacer confusas operaciones matemáticas cada que tenía que comprar algo. Pasé de la negación al pánico cuando tuve que tomar un taxi del aeropuerto hacia San Antonio de los Baños, donde se encuentra la Escuela Internacional de Cine y TV de Cuba, mi destino. La escuela es como una ciudad aparte de Cuba, una mezcla de Latinoamérica. Hay estudiantes de Brasil, Colombia, España, Argentina, México y demás… La escuela tiene su propio huerto, donde cultivan la mayoría de los alimentos que los alumnos y maestros consumen. Es un internado y todos los estudiantes tienen un pequeño departamento. Por evidentes razones, los estudiantes de la escuela son algo herméticos al inicio, quienquiera que entre a la escuela es de inmediato un intruso que rompe con el equilibrio. Aunque al mismo tiempo, ver a las mismas caras y tener el peor internet del oeste, los llena de ansias de carne fresca (aunque sí era una metáfora, el primer viernes que pasé en la escuela era el cumpleaños de otro alumno mexicano y sus compañeros planearon matar a un cerdo y cocinarlo en su honor). Regresando a mi primer día, en el centro de la escuela hay una cafetería El Rapidito. Ahí una cerveza o un auténtico mojito cubano cuestan 1 CUC, aproximadamente un dólar. Con varios mojitos encima y otro en la mano conocí por primera vez a mis compañeros de taller.

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Una brasileña, dos colombianos y otro mexicano. A causa de los raudales de ron y el despliegue de medios dancísticos de los cubanos, nos volvimos amigos de inmediato. Comencé también a platicar con otros estudiantes de la escuela, todos parecían haber viajado mucho. Uno de mis nuevos amigos incluso tenía la costumbre de enviar postales a su yo del futuro, desde los distintos países por los que pasaba. Conociendo a estos chicos que habían viajado por todo el mundo, me di cuenta que hay una generación de jóvenes sin nacionalidad o para los que su nacionalidad es viajar. Al segundo día había dejado de sentirme extranjero en Cuba. Los cocineros del comedor ya me sonreían e incluso me servían un poco más de postre (helado de betabel, no pregunten). Y ya todos los días tenía con quien ir al Rapidito por una cerveza después de un pesado día de clases. A la hora de comer, siempre había quien llevara a la mesa cubiertos para todos. Por supuesto que nadie olvida de donde viene cuando está de viaje, y siempre hay personas a quién extrañar en algún lugar al que llamamos casa; pero siempre que estés con gente a la que quieres estás también en casa y siempre habrá gente que extrañar en lugares a los que tal vez nunca has ido. Este texto es una carta de amor a todos esos amigos que tenemos perdidos en Latinoamérica. Brasil, Argentina, Colombia, Cuba, México o donde sea. La nacionalidad son las personas.

Texto y Foto: Rafael Ruiz

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